Paciencia maestra
Según el diccionario la paciencia es: Calma o tranquilidad para esperar.
En ese caso aplica para esperar que algo suceda, esperar que alguien se decida por sí mismo o porque las circunstancias lo obligaron a transformarse, esperar que nuestra mente procese una experiencia… esperar en todas sus expresiones.
En mi experiencia muuuuuuuy extensa hacia la paciencia he descubierto que ella tiene muchos otros matices tan desafiantes o más que el simple ESPERAR.
La paciencia nos exige reconocernos para delinear nuestros límites y saber en qué punto podríamos sentir que ella se nos escapa como arena seca de las manos y al mismo tiempo nos exige el valor para invocarla antes de que ese límite nos lleve a exponer de nosotros lo menos bonito que nos habita.
La paciencia nos burea cuando vemos en otros cosas que nos parecen irreconciliables con nuestro ser y nos hace un llamado a hacer las pases con la diferencia desde el amor.
La paciencia nos entrena cuando nuestros caprichos creen que el tiempo de Dios es nuestro tiempo y que nuestro programador mental no tiene porque adaptarse a él sino el a nosotros.
La paciencia respeta los procesos tan cuál son, le importa un bledo nuestro afán, nuestra ansiedad, nuestro deseo de control… ella va ahí… cuál tortuga serena, en su propio paso lento pero decidido y eficiente.
Al iniciar este año hablaba con una buena amiga y ella me compartió que uno de sus propósitos para este año era LA PACIENCIA, mientras yo le contaba algo que me había hecho sentir impaciencia en algún momento (su impaciencia tenía más matices de tolerancia y la mía más matices de afán) … al final le dije que alguna lecciones estábamos aprendiendo de este brote de impaciencia, que para algo debíamos estar preparándonos y que con humildad debíamos silenciarnos para entender que era.
Hay que amar los procesos, hay que amar los imprevistos y encontrar en ellos coordenadas que nos van llevando a donde DEBEMOS ir, sin la arrogancia que nos impone el querer el control.
Bendigo entonces la paciencia que es maestra y que me va puliendo incluso cuando me resisto a ser pulida… después de ella mi corazón resplandecerá más.