Hagamos una tregua
Querido cerebro…
Hagamos una tregua
Agradezco lo que mis ojos ven, saboreo con extasis lo que mi boca puede comer, contemplo con asombro una puesta de sol, el cantar de un pajarito, ver a una hormiga cargando su hojita a cuestas, me derrito con los ojos de mis hijos, aplaudo la capacidad de mi cuerpo para moverse… realmente aprecio lo que soy, lo que tengo, lo que Dios me da en abundancia.
Pero tú, por tu propia decisión o tal vez porque también así lo quiso Dios como una prueba que debo atravesar… no segregas lo que debes para que yo pueda disfrutar todo eso como debería.
Tú , querido cerebro pusiste un velo que se ha vuelto impermeable y que sabotea mi percepción del mundo, que anestesia mi sentir, que me vuelve lenta , que no me deja reír todo lo que quisiera, que me sugiere ideas salvajes, que me hiere, que me lastima, que me dirige hacia un lugar hostil y tenebroso en que el racionalmente no quiero estar.
Hagamos una tregua…
Pídeme lo que quieras.
Te doy lo que quieras.
Mis manos están llenas de amor para dar, mis pies quieren recorrer caminos infinitos, mi creatividad está sedienta de crear, mi energía revolotea entre la piel y el alma ávida de actividad y aventuras, me explotó de amor, de ternura, de caricias, de brillos y destellos…
¡Libérame!
¡Suéltame!
¡Deja fluir lo que corresponde para que esto salga de esa celda en la que ha tenido que Guardarse!
Tengo en frente un paraíso para experimentar y mientras lo veo, como se ve algo que uno desea desde afuera de una vitrina, solo clamo por poder estar adentro porque sé que ya me pertenece pero tú no me dejas tocarlo. ¡Suelta mis amarras! ¡Te lo suplico! ¡Suéltalas!
Juntos estamos hiriendo, juntos estamos dejando vacíos, juntos estamos dejando pasar el tiempo que no vuelve y yo estoy ansiosa por exprimirlo.
Te lo pido… ¡hagamos una tregua!